Todo muy emotivo.
Conmovedor, realmente.
Pero duró poco, lamentablemente.
Porque después llegó el fútbol. Entonces, la ilusión de Peñarol duró casi lo que un lirio.
No más de un par de atajadas más "para la foto" que otra cosa del arquero Bobadilla ante un remate lejano de Richard Núñez y un cabezazo cruzado pero suave de Bueno.
Es que lo que vino después fue la realidad.
Más de lo mismo.
Concretamente: un Peñarol que no llega arriba por afuera; que busca siempre ya sea por arriba o por abajo con pelotazos o pases frontales a Franco y al artiguense; que, aparte, está saliendo recién de los trabajos de pretemporada y está duro, tosco, sin fineza ni física ni técnica.
Así, entonces, era imposible que los aurinegros vencieran al Independiente Medellín por al menos cuatro goles de diferencia.
Así, entonces, era imposible que los aurinegros vencieran al Independiente Medellín por al menos cuatro goles de diferencia.
Más aún ante un rival que tuvo un arquero que cada vez que el local fundamentalmente en el complemento consiguió llegar por mera insistencia, realizó atajadas estupendas; que puso una pareja de zagueros centrales que frenó y cabeceó "hasta el viento"; y que, como equipo colombiano malo, regular o bueno defendió tratando de tener la pelota y, cuando no pudo, haciendo la lógica: dejando pasar el tiempo.
El final, pues, fue el esperado: lejos de la euforia esperanzadora y la cohetería del comienzo, con parte de la hinchada pidiendo "¡que se vayan todos!" o reclamando a sus jugadores que "¡metan huevo!", y lejos de ganar por al menos cuatro goles de diferencia, al extremo de que no pudo meter uno solo siquiera, Peñarol quedó afuera -bah, ni siquiera entró- de la 50a. edición de la Copa Santander Libertadores. Justo esta, que lleva el nombre de Spencer, el extraordinario goleador aurinegro de los años 60.
El final, pues, fue el esperado: lejos de la euforia esperanzadora y la cohetería del comienzo, con parte de la hinchada pidiendo "¡que se vayan todos!" o reclamando a sus jugadores que "¡metan huevo!", y lejos de ganar por al menos cuatro goles de diferencia, al extremo de que no pudo meter uno solo siquiera, Peñarol quedó afuera -bah, ni siquiera entró- de la 50a. edición de la Copa Santander Libertadores. Justo esta, que lleva el nombre de Spencer, el extraordinario goleador aurinegro de los años 60.
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